20 May 2008

El tesoro perdido

“El límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo.”

Wittgenstein no se refería a los límites geográficos inherentes a las distintas lenguas; si no me equivoco, sostenía que de algún modo lo que tiene nombre existe y lo que no, no. Aunque esto se podría rebatir, muestra una relación entre lenguaje y realidad que es difícilmente discutible.

Evidentemente, no dejará de haber perros y gatos si estos términos desaparecen; son otros tipos de palabras los que están en peligro.

Un caso interesante es el de la (in)civilización orwelliana de Mil novecientos ochenta y cuatro, en la que se observa la creación de la neolengua. Este idioma está dotado de tres vocabularios: el A, el B y el C. El A está compuesto por las palabras ordinarias de uso cotidiano, que no presentan ningún problema: correr, sol, harina, andar... Al C pertenecen los tecnicismos. Y el B, el más interesante, es para todas las palabras “peligrosas”, política o ideológicamente, que hay que vigilar para hacer más efectivo el estrecho control sobre la población: igualdad, libertad, ciencia, honor, religión... Mediante un cuidado proceso de selección y elaboración, al final resulta imposible expresar e incluso pensar una opinión propia individual y contraria al Partido, y mucho menos defenderla. De esta manera se cambia la conciencia popular, el pensamiento, el pasado y, consecuentemente, la realidad (al nivel en que ésta se corresponde con el lenguaje).

Hoy día esta limitación no es tan exagerada, ni de lejos, ni tampoco consciente (¡espero!): Mil novecientos ochenta y cuatro sigue siendo una utopía, o una distopía. Pero se puede observar, incluso en el lenguaje, un comportamiento análogo al de todos los procesos del universo: una tendencia a la simplicidad y al desorden, huyendo de la complejidad (y en el caso de la lengua, de la riqueza). Es de suponer que la inefable pereza del ser humano tiene algo que ver en el asunto (entre otras cosas, probablemente).

Sea como fuere, se está empobreciendo el idioma. Es cierto que se forman nuevas voces, que entran en el diccionario de la RAE y tantos otros a montones y que son altamente dispensables, como guay, bluyín... pero las palabras y las lenguas no son como la energía, se crean y se destruyen, no sólo se transforman. Y a quién le importa poder decir ir del palo, jevi o friki cuando la juventud de hoy día no sabe lo que significan las palabras taxativo, sublime o necedad, por no hablar de bellas especies en vías de extinción como óbice, adlátere u oneroso, para las cuales no hay sustituto válido y equivalente.

Lo triste: pocos simpatizarán al leer este escrito; estas cosas no preocupan a nadie. Como anécdota, un día un niño de once años entró en una biblioteca, un lugar de cultura, supuestamente, y se disculpó de la siguiente manera: “Siento traer con retraso los libros, pero no he podido hacerlo antes porque mi madre se había fracturado el pie”. Y la señora bibliotecaria le soltó la típica sonrisita tonta y condescendiente. Qué tiene que decir el crío, ¿que su vieja se había roto la pata? O tempora, o mores!

Todo esto desembocará, o, mejor dicho, está desembocando ya en una pérdida de riqueza considerable que no dejará de tener sus consecuencias. En Mil novecientos ochenta y cuatro hay multitud de cosas necesarias que no tienen nombre y mucho pensamiento imposibilitado; aquí tenemos una infinidad de matices ignorados por la mayoría, lo que es una pena (es como ser daltónico lingüístico), libros que hay que leer simplificados o que ya no se leen directamente y un cofre del tesoro que se va llenando de más y más palabras olvidadas que arrastran consigo matices que el ciudadano de a pie ya no podrá apreciar jamás. Y esto, chavales, no mola.

¿La realidad se corresponde con el lenguaje o es el lenguaje el que designa o "etiqueta" la realidad?

4 comments:

LSEP said...

La darrera redacció per castellà. La nota en vermell és una observació del profe que he intentat contestar i que publicaré quan li hagi entregat.

Anonymous said...

¡¡¡AAAMMMÉÉÉNNN!!!!
Yo creo que es el lenguaje el que etiqueta la realidad, y también etiqueta cosas que no podemos expresar sin palabras y por eso es tan necesario.

LSEP said...

Sí señora.

Pero ¿no hay cosas que no podemos expresar con el lenguaje?

No os perdáis la próxima sensacional entrega de la redacción que le presentaré mañana al profe y que sin duda os deleitará inmensamente. (Es que no sé qué decir... xD)

arianeCB said...

hay cosas que no se pueden expresar con el simple lenguaje,ciertas realidades necesitan el arte ,creo yo...
Decubro este blog a una hora muy tarde,volveré por cierto!
un saludo