Una concha. Y otra un poco más allá. El esfuerzo de salir a recogerlas todos los días se había convertido en instintivo con el paso del tiempo y a él no le importaba lo más mínimo.
Cada mañana se levantaba antes que nadie y salía acompañado por el primer crepúsculo del alba, en dirección a la playa. Siempre iba a la misma, pues no conocía ni había sentido la necesidad de conocer otra. No se trataba de una playa cualquiera… Era su playa.
Sentir la arena en sus pies descalzos, percibir el balsámico olor salado del océano a la vez que escuchaba el rítmico y suave vaivén de las olas muriendo en su playa para renacer una vez mas en el seno del mar. Sólo conocía otra sensación mejor, y esa sensación era la que poseía su cuerpo y su alma cada vez que recogía conchas. Hacerlo era su pasión.
Tras su paseo por la orilla del mar, durante las mañanas trabajaba las conchas en su casa: hacía figuras colocándolas de distintas formas o dibujaba variados motivos en la superficie. Por las tardes acudía a la plaza del pueblo y sacaba un dinerillo de ellas, lo suficiente para sobrevivir sin problemas. Pero no todas las conchas llegaban a conocer la plaza, pues las mejores estaban destinadas a permanecer en el hogar de nuestro personaje, para su deleite y satisfacción personal.
Así pasó los años, concentrado en su única y a la fuerza pero con gusto preferida rutina, hasta que un día no encontró conchas en su playa. Buscó y rebuscó por toda su extensión, cavó y revolvió la arena, levantó e inspeccionó cada una de las piedras del roquedo… Pero resultó inútil, no quedaba ni una.
Más desanimado que nunca, volvió a su casa para vivir su sufrimiento en silencio y soledad, únicamente acompañado por las antiguas conchas que, no sabía porqué, nada significaban ya para él. Había perdido su felicidad diluida en el mar esa misma mañana y no parecía posible que volviera acurrucada en los espumosos brazos de las olas.
No sabía que en el otro extremo del pueblo le esperaba una playa de arena más fina, olas más melódicas y conchas más hermosas.
Atrapado en su tristeza y a pesar de la continuada ausencia de las conchas, él decidió no romper con su costumbre. Todos los días paseaba por su playa tras la llamada de los primeros albores matinales, manteniendo la esperanza de volver a encontrar la verdadera y única fuente de su felicidad.
En cierta ocasión, un vecino que conocía su problema le habló de la existencia de la otra playa. Emocionado, el hombre acudió hasta el lugar indicado. Una vez allí se quitó las chanclas para sentir la arena, afinó el oído con el fin de escuchar el cántico de las olas y aguzó la vista en pos de las nuevas conchas esparcidas por doquier.
Pero nada era como antes. A las plantas de sus pies no les agradaba la textura de esa arena, el ir y venir de la corriente marina no inspiraba a su mente y las conchas… Ésas no eran sus conchas. Todo podía ser mejor para el resto del mundo, pero estaba claro que no era así para él. Ésa no era su playa.
Por ello volvió desilusionado a su casucha, esperando al siguiente amanecer para volver a la playa de siempre. No sabía porqué, pero estaba convencido de que algún día las conchas volverían a aparecer en ella.
Convirtió la esperanza en bastón y en él se apoyaba día tras día, hasta que misteriosamente un amanecer sus anheladas expectativas se hicieron realidad: una inmaculada concha de simetría perfecta yacía delicada y a la vez firmemente sobre la recién mojada arena. Muy atrás quedaba el último momento en el que semejante belleza se había apoderado de todos sus sentidos.
Pero tenía miedo… ¿Y si la agarraba en ese momento y toda la magia desaparecía? ¿Y si se volvía a hacer ilusiones con ello y las conchas volvían a desaparecer? ¿Podría soportarlo? ¿Supondría ésta la última oportunidad que su playa le brindaba?
Sin apenas tiempo para pensar y a través de un acto reflejo acabó apoderándose de la concha. Era estúpido pensar que disfrutar de ese momento pudiera interferir en el futuro. Su conciencia estaba tranquila y la felicidad envolvió su percepción de la vida… Una vez más.
Carlos Romero
2 comments:
Jajajaja!! Com et conec.... No sé qui és el Carlos Romero, but I was skimming through this and I thought hmmm, this and that doesn't sound like ma cousiniska, and lo and behold it wasn't you. For example, in the first sentence I read "en instintivo", and I thought, hmmm, I'll tell her it sounds better with "en un instinto", and then I saw a couple more things that didn't look like my liebelariska's style... But it is rather good. Aber Ich leikensie più.
ostres Carlos, no sabia que escribies, i m'ha agradat molt.
El que... mmm.... ara vull anar a la platja jo... que m'has deixat amb les ganes de veure el mar... aix!
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